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Lo esférico y lo cíclico en dos lecturas “La esfera protege” de Wagensberg y “Las ruinas circulares”

¿Existen simetrías tanto en la naturaleza, como en nuestro ciclo de vida humana?

Tal vez no nos hemos detenido a pensarlo, pero transitamos entre círculos, esferas

y ciclos que parecieran no tener fin. Prueba de ello son las estaciones del año

(primavera, verano, otoño e invierno), la manera en que organizamos el tiempo

dependiendo de la época de lluvia y sequía, el día y la noche como un proceso

cíclico que nunca termina. El sol, la luna, las estrellas, los planetas y la manera en la

que orbitan, nuestro planeta Tierra (geoide), todo se asemeja a la forma esférica.

Luego, está el eterno ciclo que sigue el agua de los ríos y mares cuando se evapora

para llegar a las nubes y una vez que cambia a un estado condensado se convierte

en esa abundante y fresca lluvia. Innumerables frutas, verduras y alimentos en

general son de forma esférica, así como las gotas de agua y las diminutas partículas

de tierra fértil que hacen posible su producción. ¿Será una casualidad o un código

universal?

El efecto esférico y cíclico no sólo aplica para la naturaleza, sino también al milagro

de la vida humana. Nacemos débiles e indefensos y morimos de la misma manera.

No es coincidencia que el lugar que nos alberga por nueve meses para formarnos y

prepararnos a salir al exterior, sea también redondo. Nuestros ojos y las células

sanguíneas que están por todo nuestro organismo también son circulares. La

redondez es sinónimo de perfección y simetría, por eso es que también hay distintas

especies animales que nacen en huevos. Entonces, hablamos de una esfera que

favorece y propicia no solamente la maravillosa existencia, también augura el

progreso y la evolución, tal y como lo menciona Wagensberg en su texto “La esfera

protege”.

La existencia misma pareciera ser una fase circular en la que no hay un final como

tal, pues cada acto e instante de la vida se repetirá eternamente, o al menos así lo

enmarca la filosofía oriental. En el cuento de Borges “Las ruinas circulares” se

plantea la idea de este eterno retorno en el que existe una incesante posibilidad de

crear vida. Además, nos habla del eterno renacer, pues el protagonista al final se da

cuenta de que, así como él ha creado un ser (un “hijo”), alguien más lo materializó

en sus sueños. Suena enredoso en un primer momento, pero después nos damos

cuenta de que se refiere a la incertidumbre de la existencia. ¿De dónde venimos?

¿Cuál es el origen? ¿Existimos en los sueños de otros y estamos atrapados en una

suerte de círculo de ensoñación sin salida? ¿Fuimos hechos en los sueños de

alguien más? No lo sabemos, pero lo único que podemos afirmar es que se trata de

un ciclo infinito y que, sin duda, fuimos creados por un poder superior.

En respuesta a la pregunta con la que comenzó este texto reflexivo, podemos decir

que las simetrías entre la vida natural y la humana son muchas y la mayoría están a

simple vista, pero no las notamos hasta que observamos minuciosamente. Somos

una constante repetición de patrones y formas, somos el resultado de esa selección

natural que ha insertado ciertas fórmulas tanto en nuestro código genético como en

la naturaleza que nos rodea. La evolución de las especies se puede replicar en

millones de figuras diferentes y continúa eligiendo la forma esférica sobre otras,

continúa dentro de este ciclo del que probablemente no se alejará nunca.

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