Lo esférico y lo cíclico en dos lecturas “La esfera protege” de Wagensberg y “Las ruinas circulares”
- Andrea Bustamante
- 30 may 2023
- 2 Min. de lectura
¿Existen simetrías tanto en la naturaleza, como en nuestro ciclo de vida humana?
Tal vez no nos hemos detenido a pensarlo, pero transitamos entre círculos, esferas
y ciclos que parecieran no tener fin. Prueba de ello son las estaciones del año
(primavera, verano, otoño e invierno), la manera en que organizamos el tiempo
dependiendo de la época de lluvia y sequía, el día y la noche como un proceso
cíclico que nunca termina. El sol, la luna, las estrellas, los planetas y la manera en la
que orbitan, nuestro planeta Tierra (geoide), todo se asemeja a la forma esférica.
Luego, está el eterno ciclo que sigue el agua de los ríos y mares cuando se evapora
para llegar a las nubes y una vez que cambia a un estado condensado se convierte
en esa abundante y fresca lluvia. Innumerables frutas, verduras y alimentos en
general son de forma esférica, así como las gotas de agua y las diminutas partículas
de tierra fértil que hacen posible su producción. ¿Será una casualidad o un código
universal?
El efecto esférico y cíclico no sólo aplica para la naturaleza, sino también al milagro
de la vida humana. Nacemos débiles e indefensos y morimos de la misma manera.
No es coincidencia que el lugar que nos alberga por nueve meses para formarnos y
prepararnos a salir al exterior, sea también redondo. Nuestros ojos y las células
sanguíneas que están por todo nuestro organismo también son circulares. La
redondez es sinónimo de perfección y simetría, por eso es que también hay distintas
especies animales que nacen en huevos. Entonces, hablamos de una esfera que
favorece y propicia no solamente la maravillosa existencia, también augura el
progreso y la evolución, tal y como lo menciona Wagensberg en su texto “La esfera
protege”.
La existencia misma pareciera ser una fase circular en la que no hay un final como
tal, pues cada acto e instante de la vida se repetirá eternamente, o al menos así lo
enmarca la filosofía oriental. En el cuento de Borges “Las ruinas circulares” se
plantea la idea de este eterno retorno en el que existe una incesante posibilidad de
crear vida. Además, nos habla del eterno renacer, pues el protagonista al final se da
cuenta de que, así como él ha creado un ser (un “hijo”), alguien más lo materializó
en sus sueños. Suena enredoso en un primer momento, pero después nos damos
cuenta de que se refiere a la incertidumbre de la existencia. ¿De dónde venimos?
¿Cuál es el origen? ¿Existimos en los sueños de otros y estamos atrapados en una
suerte de círculo de ensoñación sin salida? ¿Fuimos hechos en los sueños de
alguien más? No lo sabemos, pero lo único que podemos afirmar es que se trata de
un ciclo infinito y que, sin duda, fuimos creados por un poder superior.
En respuesta a la pregunta con la que comenzó este texto reflexivo, podemos decir
que las simetrías entre la vida natural y la humana son muchas y la mayoría están a
simple vista, pero no las notamos hasta que observamos minuciosamente. Somos
una constante repetición de patrones y formas, somos el resultado de esa selección
natural que ha insertado ciertas fórmulas tanto en nuestro código genético como en
la naturaleza que nos rodea. La evolución de las especies se puede replicar en
millones de figuras diferentes y continúa eligiendo la forma esférica sobre otras,
continúa dentro de este ciclo del que probablemente no se alejará nunca.
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